Víctor compartió que la separación de sus padres en la adolescencia lo empujó hacia el alcohol, cigarrillo y juego de azar. Durante más de dos décadas, Víctor vivió sumergido en un entorno de "vagancia" y consumo desmedido, relatando que en las reuniones era siempre "el primero en llegar y el último en irme" de los lugares donde se bebía.
El impacto de estas adicciones fue devastador para su economía y su rol como padre. Víctor recordó con dolor cómo sus prioridades estaban totalmente distorsionadas por la dependencia: "Antes de darle de comer a mi hijo... prefería ya comprar una cerveza, un vino, lo que sea". Esta situación lo llevó a perder no solo dinero y salud, sino también la dignidad, llegando al punto de ser rechazado por sus vecinos debido a su comportamiento agresivo cuando estaba alcoholizado.
Su vida dio un giro radical al aceptar una invitación a la iglesia, donde asegura haber experimentado un cambio instantáneo sin necesidad de internación. Según Víctor, la fe fue su única herramienta de rescate: "Sentí que Dios vino por mí, que era mi tiempo de estar en la iglesia, plantarme como hijo de Dios". A partir de ese momento, dejó todos sus vicios de forma definitiva, logró saldar sus deudas en apenas seis meses y recuperó el respeto de su familia y entorno.
Actualmente, Víctor se desempeña como mentor y colaborador en la iglesia, transformando su dolor pasado en una herramienta para ayudar a otros a recuperar su identidad. Al cerrar su intervención, dejó un mensaje de aliento para quienes todavía se encuentran atrapados en el consumo: "Todos podemos. El que quiere puede", asegurando que con voluntad y fe es posible abandonar cualquier "trampa mortal".
Marina Ferrau, líder y mentora de la iglesia Portal del Cielo, sostiene que el eje central para superar las adicciones es la reconstrucción de la identidad, a la que define como un "escudo" frente a las presiones sociales y los factores de riesgo. Según explica, el consumo suele ser un intento de llenar un vacío emocional o de escapar de traumas originados en la infancia, como la falta de afecto o la desprotección familiar. Por ello, su trabajo se enfoca en ayudar a las personas a descubrir su propósito de vida y sus valores, logrando que, al fortalecer quiénes son, se sientan naturalmente incómodas en entornos que antes las llevaban a consumir.
Desde su rol en la iglesia, la cual permanece abierta las 24 horas para brindar contención y escucha activa, Marina promueve un abordaje integral que incluye a todo el núcleo familiar. Ella enfatiza la necesidad de practicar la compasión y la empatía, separando siempre a la persona de su debilidad o "esclavitud" al vicio; bajo su perspectiva, nadie es un "desastre" por elección, sino que son seres con un potencial que fue doblegado por el consumo. Finalmente, aconseja a las familias dejar de lado la condena y el reproche, sugiriendo que pregunten "¿en qué te ayudo hoy?", ya que ese interés genuino impacta directamente en la voluntad del adicto y le da una razón para seguir adelante cada día.





