Tras años de lucha y la dolorosa pérdida de uno de sus hijos, Mabel hoy brinda herramientas a otras familias, enfatizando que la adicción es una enfermedad que afecta a todo el entorno familiar. Para ella, el primer paso fundamental es la honestidad: "Debemos aceptar la problemática primero... porque también es una enfermedad y a través de ello lo padecemos todos como familia".
Uno de los mayores desafíos que enfrentó fue aprender a involucrarse en el tratamiento sin "apañar" las conductas adictivas, entendiendo que ella también debía sanar su propia coadicción. Mabel recordó que al principio buscaba soluciones solo para su hijo, hasta que en la comunidad "Pescador de hombres" le hicieron ver su propia vulnerabilidad. "Yo decía: ‘Yo quiero ayuda para mi hijo. Él tiene el problema’", relató, antes de comprender que, si la madre no cambia su forma de actuar, el joven vuelve siempre al mismo entorno enfermo.
Mabel subrayó la importancia de aplicar un "amor firme", eliminando la culpa y el miedo que suelen paralizar a los padres al momento de poner límites. Con firmeza relató cómo llegó a denunciar a sus propios hijos o a pedir exclusiones de hogar para proteger el vínculo familiar y forzarlos a enfrentar la realidad. Según explicó: "Si cargas con culpa, te privas del derecho de tener la fortaleza... y no se puede cargar con culpa por la decisión de un hijo".
Hoy, Mabel transforma su experiencia en una herramienta de ayuda comunitaria, asegurando que su tragedia personal le dio una perspectiva distinta para salvar a los demás. Con una fe inquebrantable, sostiene que el acompañamiento debe ser tanto terapéutico como espiritual para reconstruir la voluntad del enfermo. "Se me murió un hijo, y eso me hizo más fuerte para luchar, para que no se me mueran los otros dos", sentenció, reafirmando que el límite no es falta de cariño, sino un acto de supervivencia y amor profundo.





